El Financiero, Opinión / Coordenadas, Enrique Quintana
Al principio de su administración, el presidente López Obrador apostó a que el crecimiento promedio del sexenio sería de 4 por ciento.
En el epílogo del Plan Nacional de Desarrollo que fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el 30 de abril de 2019, hace casi un año, se leía lo siguiente:
“El fortalecimiento de los principios éticos irá acompañado de un desarrollo económico que habrá alcanzado para entonces (2024) una tasa de crecimiento de 6 por ciento, con un promedio sexenal de 4 por ciento. La economía deberá haber crecido para entonces más del doble que el crecimiento demográfico”.
Es decir, el crecimiento acumulado en el sexenio sería de 26.5 por ciento.
Ayer, Citibanamex presentó su encuesta que refleja la opinión de más de 25 especialistas. En ella, se estima que en 2020 la economía caerá en 6.7 por ciento y crecerá en 2.5 por ciento en el 2021.
Si estos datos fueran correctos, llegaríamos a la mitad del sexenio con un PIB inferior en 5.2 por ciento al nivel que había al final del sexenio de Enrique Peña.
Si consideramos un crecimiento de la población de alrededor de 1.2 por ciento anual, entonces llegaríamos a la mitad del sexenio con una caída del PIB per cápita de 8.5 por ciento.
Si nos ponemos optimistas y pensamos que por la razón que sea, la economía logra un crecimiento sostenido de 3 por ciento anual promedio en la segunda mitad del sexenio, entonces llegaríamos al final de 2024 con un PIB 3.6 por ciento superior al de 2018.
Es decir, la tasa promedio del sexenio habría sido de 0.6 por ciento anual y el PIB per cápita habría caído entre 2018 y 2024 en 3.5 por ciento.
Salvo que un milagro ocurra –hay quien cree que una estampita detiene al virus– terminaremos este sexenio con un país más pobre y muy probablemente –por la experiencia de crisis anteriores– con mayor desigualdad y pobreza, algo inconcebible en términos de la filosofía y los objetivos del actual gobierno.
Ya nunca sabremos qué parte de este resultado habrá sido derivado de los errores de política de la actual administración y qué otra parte producto del desastre económico que en el mundo ha producido el COVID-19.
Para el común de la gente, será irrelevante. Al final de cuentas, ante un mayor empobrecimiento, no importa la relación de causalidad que se haya presentado.
Algunos opositores al gobierno de AMLO piensan que esto es buenísimo. “Así cavará su tumba la 4T”, piensan. Y calculan que el 1 de octubre de 2024 estará tomando posesión un gobierno partidario de la competencia y la globalización, sea del partido que sea.
No quiero ser aguafiestas, pero volteo para un lado y para otro y no veo a un partido diferente al de AMLO que pueda imponerse en 2024.
Peor aún. En contra de lo que algunos pueden pensar, cuando esta crisis haya pasado –esperemos que en un tiempo razonable– en el mundo entero van a fortalecerse los movimientos en contra de la globalización y la libre competencia.
Aunque los resultados de su gestión sean muy desfavorables, el ambiente internacional va a favorecer a AMLO y sus partidarios.
Otra historia sería si en el camino hubiera una fuerza política emergente, como lo fue Morena hace seis años, que aprovechara los errores del gobierno y de los partidos tradicionales, para afianzarse, crecer y eventualmente, ganar, tal y como entonces ocurrió.
Hay un adagio muy sabio que señala: los pueblos tienen a los gobiernos que se merecen.
No descarte que en México se nos haya aplicado “como anillo al dedo” en este sexenio.
¿No mereceremos algo diferente en el futuro?