Eso es algo que los halcones comerciales de Donald Trump tendrán que considerar si realmente tienen la intención de arriesgarse a un conflicto con China para obtener concesiones económicas.
Un enfrentamiento no sólo frustraría las relaciones bilaterales, sino que sepultaría una incipiente recuperación global.
Impulsado por el estímulo oficial que puso en marcha industrias con chimeneas y por una clase media floreciente que gasta en cosas como cafés en Starbucks o iPhones de Apple, el Producto Interno Bruto (PIB) de China creció 6.7 por ciento en 2016. Eso significa que seguramente aportó 30 por ciento del crecimiento mundial el año pasado, ligeramente superior a su contribución de 28 por ciento en 2015, según Rajiv Biswas, economista jefe de la región Asia-Pacífico en IHS Global Insight en Singapur.
Si Trump sostiene su discurso agresivo de campaña —acusó a China de violar a Estados Unidos y de hacer trampa en el comercio— con aranceles punitivos, la medida tendría repercusiones en las cadenas de suministro en Corea del Sur, Taiwán, Japón y más allá.
La economía de Estados Unidos tampoco saldría ilesa: los medios controlados por el Estado han advertido al Gobierno entrante de Trump que Beijing tiene un "garrote" para castigar a las compañías estadounidenses que venden bienes y servicios a China.
"En vista de que China es el tercer mercado más grande de Estados Unidos y el de crecimiento más rápido, no es una consideración trivial para una economía estadounidense sedienta de crecimiento", dijo Stephen Roach, profesor emérito de la Universidad de Yale y ex presidente no ejecutivo de Morgan Stanley en Asia.
"También esperen que China esté mucho menos interesada en comprar deuda del Tesoro, un problema posiblemente serio a la luz de la probable expansión de los déficits presupuestarios federales por la política económica de Trump".
Esta semana, el Presidente chino, Xi Jinping, advirtió en una alocución en el Foro Económico Mundial (WEF) en Davos que la escalada de tensiones comerciales no tendrá ganadores, sino sólo perdedores.
Hay mucho en juego. El comercio entre las dos economías más grandes del mundo representa alrededor de 2.6 millones de empleos estadounidenses, según el Consejo de Negocios Estados Unidos-China.
La nación norteamericana sigue teniendo un creciente déficit comercial con China, pero sus exportaciones de servicios al país crecen rápidamente. Entre 2006 y 2014 treparon más de 300 por ciento.
"Si Trump decidiese aplicar un arancel general de 15 por ciento a las importaciones de China, el impacto en la economía del país asiático sería significativo, pero mucho menor de lo que la mayoría supone, porque China ya no es una economía basada en las exportaciones", dijo Andy Rothman, estratega de inversiones en Matthews Asia y ex diplomático estadounidense en Beijing.
Data Friday de Beijing subrayó ese cambio. El consumo representó unos dos tercios del crecimiento total del año, mientras que las exportaciones netas frenaron el avance de la economía. El sector de servicios de China ha eclipsado al de manufacturas y hoy es 51.6 por ciento de la producción económica anual.
Trump, por cierto, podría estar mintiendo cuando habla de imponer medidas comerciales punitivas a China y las facultades del Presidente para aplicar aranceles son limitadas. Puede optar por oponerse a la venta que hace China por debajo del costo de su producción excedente de hierro y acero a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC), un proceso que podría tardar en resolverse y no sería suficiente para desencadenar una guerra comercial.
Trump también dio marcha atrás respecto de algunos de sus comentarios más hostiles, al decirle al Wall Street Journal (WSJ) que no planea rotular a China como manipuladora de la moneda en su primer día como Presidente. Steve Mnuchin, su candidato para el cargo de Secretario del Tesoro, reconoció durante una audiencia de confirmación en el Senado que China recientemente desistió de sus esfuerzos para debilitar el yuan. Sin embargo, dijo que está dispuesto a considerar a China como un manipulador si fuera justificado.
Los ejecutivos de negocios parecen optimistas, por ahora. Stuart Gulliver, máximo responsable de HSBC, dijo a Bloomberg Television en Davos que "trabajaba bajo el supuesto" de que Estados Unidos y China "modifiquen" las reglas sobre el país de origen y la venta de bienes por debajo del valor justo de mercado.
Pero Trump ha demostrado ser todo menos predecible. Agredir a una gran potencia comercial como China repercutiría en toda la economía del mundo.
También sucede que mientras que el consumo y los servicios aumentan el crecimiento en China, la economía más amplia se ve limitada por un freno en las regiones del cordón industrial. Esa cuestión también prevalece en naciones industriales como Estados Unidos y el Reino Unido, que incentivó un crecimiento del populismo que ayudó a la elección de Trump y al plan británico de abandonar la Unión Europea.
"Perjudicar a China perjudicará el crecimiento mundial y, por ende, el propio crecimiento estadounidense", dijo Zhu Ning, autor de "China's Guaranteed Bubble" y vicedirector del Instituto Nacional de Investigación Financiera de la Universidad de Tsinghua en Beijing.
"Es, realmente, una decisión que el Presidente Trump debe tomar con extrema prudencia".