Lo vertiginoso de los cambios hace que algunos temas que hace pocas semanas ocupaban el centro de la escena dejen de ser relevantes o necesiten ser reanalizados a partir de las modificaciones en el escenario internacional.
No es el objetivo analizar el discurso económico de Trump, pero sí a partir de sus afirmaciones en la campaña y en los primeros días posteriores a su elección, ver cómo pueden impactar esas posturas sobre algunos temas de nuestra vinculación con el mundo y particularmente sobre la decisión de Argentina de darle o no, status de economía de mercado a China.
Hasta hace unas semanas existía una urgencia por resolver la cuestión y el debate se centraba entre los que veían a China como una oportunidad o como una amenaza. Para los primeros, con una visión casi idílica, China tiene una demanda infinita de productos argentinos, y sólo está esperando que vayamos a venderles. Hoy, probablemente, vean el tema con un poco más de prudencia.
Los otros, ven en China la fábrica del mundo con una competitividad imbatible que arrasa con las industrias de todos los países en los que entra. Esos probablemente digan "Trump piensa lo mismo".
Ahora, cuánto es discurso y cuánto realidad. Es claro que el deseo de recuperar empleos industriales en EE.UU. tiene algunas limitaciones: el entramado legal vinculado al comercio internacional (OMC, Acuerdos de Libre comercio, etc.); las estrategias empresariales norteamericanas maximizadoras de rentabilidad -y su peso en el Congreso-; y la realidad industrial norteamericana -desindustrialización y competitividad-.
Ahora, todas estas cuestiones no cambian, por lo menos en el corto plazo, las cuestiones estructurales de la relación entre China y Latinoamérica y más especialmente con Argentina. El comercio con China es relevante para todos los países de la Región, y a pesar de que China compra mucho, Latinoamérica le vende poco. La razón puede encontrarse en qué produce la región, y el modelo productivo y de demanda de China. En efecto, no producimos bienes Premium, ni con alta tecnología, ni insumos para la industria electrónica, ni somos conocidos por tener una ?marca país? asociada a la industria, por lo tanto, salvo casos muy particulares, China nos compra y nos compra lo que necesita para cubrir su demanda: materias primas. Algunos venden minerales, otros alimentos y unos pocos insumos intermedios basados en recursos naturales.
En el caso particular de Argentina como productor de alimentos, China nos compra productos que son muy sensibles a cuestiones de su equilibrio interno: seguridad alimentaria, mantenimiento de la población en el campo e ingresos relativos entre población urbana y rural. Por eso China opera a través de empresas vinculadas al Estado o direccionadas por éste, ya que la prioridad no es el abastecimiento indiscriminado a precios competitivos, sino abastecer los faltantes y mantener el equilibrio interno. Los exportadores de aceite de soja pueden dar fe de estos criterios.
En algún sentido enfrentamos el mismo problema que Trump resalta para Estados Unidos, aunque sin haber pasado en la mayoría de los casos por una desindustrialización generada por China, sino más bien por buscar el desarrollo, y esto se vincula con el modelo de inserción que queremos para lograrlo.
Por lo tanto independientemente que el escenario de hoy preanuncie turbulencias, no debemos perder de vista que la cuestión de China como economía de mercado, esconde la discusión sobre el modelo de desarrollo y nuestra inserción internacional, por lo tanto sería conveniente que el gobierno aplique la misma receta que aplica China, Sun Tzu y El Arte de la Guerra mediante, favorecer la industrialización, el empleo y una mejor distribución del ingreso priorizando los equilibrios internos, y mientras tanto, seguir atentamente si los cambios son discurso o realidad.