Dos hechos de significación han marcado las noticias internacionales en los últimos días. Por un lado, la detención del expresidente de Brasil, Lula da Silva, contra quien recae una condena por actos de corrupción. Por otro, la escalada proteccionista de Trump y la contundente respuesta de China, lo que nos acerca a una eventual guerra comercial.
Desde la reñida votación del Supremo Tribunal Federal de Brasil, lo que derivó en la detención del expresidente Lula, se desató un debate entre quienes se posicionan a favor o en contra de la decisión de la justicia brasileña. Naturalmente, Uruguay no estuvo ajeno al mismo.
Como ocurrió en el caso venezolano, este nuevo episodio destapó las diferencias existentes en el gobierno. De hecho, una vez conocida la posición de la cancillería uruguaya respecto a lo acontecido en Brasil, la que correctamente decidió no emitir un comunicado sobre una decisión interna de la justicia del país vecino, a través de su Mesa Política, el Frente Amplio lanzó un comunicado de apoyo a Lula.
Por el contrario, e independientemente de cómo evolucione el proceso judicial contra el mandatario, otros entendemos que la detención del expresidente podría derivar en más certidumbre que incertidumbre, ya que la ratificación de su condena debería impedir su participación como candidato en las próximas elecciones. Este nuevo escenario forzaría la necesaria renovación del sistema político brasileño, lo que es el punto de partida para recuperar la confianza en las instituciones.
Lo cierto es que todos los países latinoamericanos cuentan con la pronta recuperación de Brasil, un país continente que favorece el posicionamiento de América Latina en el escenario internacional. Para eso, deben dejarse atrás las tramas de corrupción que involucraron a todo el sistema político y a las grandes corporaciones.
En paralelo a la crisis en Brasil, la administración Trump desata lo que se ha denominado como una guerra comercial con China. En efecto, el presidente de la primera potencia mundial decidió salirse del TPP y congeló el acuerdo Transatlántico con Europa, activó la renegociación del NAFTA e inició la revisión de otros TLC como ocurrió con Corea del Sur. A su vez, despliega una política contraria a la OMC y propone la suba unilateral de aranceles para equilibrar su déficit comercial.
El camino hacia una inminente guerra comercial comenzó con la aplicación de aranceles a los páneles solares y lavadoras, lo que materializó a través de la aplicación de una salvaguardia. Frente a esta realidad, China activa el Sistema de Solución de Diferencias y plantea la suba de aranceles para ciertos productos entre ellos la soya, los aviones y los vehículos, los que son intensamente exportados por Estados Unidos a la potencia asiática.
El anuncio de China derivó en una reacción extralimitada de Estados Unidos, que publicó una lista compuesta por 1,300 bienes a los que subirá el arancel para las importaciones chinas.
El mundo observa con atención lo acontecido entre las dos principales potencias mundiales. Cabe recordar que Estados Unidos posee un déficit cercano a US390,000 millones con China, pero también cuenta con un saldo negativo en la relación bilateral con Alemania, Japón, Corea del Sur, Canadá, México, Taiwán, Francia e India. Si bien desde diferentes enfoques, las catalogadas en esta columna como guerra política y comercial muestran algo en común, ambas parten de un incumplimiento de las normas vigentes.