La intención de revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que anunció Donald Trump en su campaña, y que ha reiterado varias veces ya como presidente electo, puede adoptar múltiples modalidades que van desde “abrirlo” para revisar capítulo por capítulo incluyendo establecer nuevos aranceles a determinados productos; en palabras del Presidente Peña “modernizarlo”, lo que podría consistir en incorporar temas no incluidos en el tratado original como protección ambiental e intelectual, comercio electrónico, impulso a PyMES, homologación de regulaciones, etc. y que se desarrollaron para el Tratado Transpacífico (TPP); hasta cancelarlo o “repudiarlo” como se dice en el argot comercial y negociar nuevos acuerdos bilaterales. En cualquier caso y variante, lo que buscará Trump es reducir el déficit comercial entre Estados Unidos y México, lo mismo que con China, lo que implicaría que, ante la ausencia de estrategias para incrementar las exportaciones de aquel país, busque reducir a toda costa las importaciones, lo que en su opinión también se vincula con la creación de empleos.
Como sucedió con la participación del petróleo en la economía y las exportaciones mexicanas a fines de los 80 y principios de los 90, así como con su contribución a las finanzas públicas en los últimos tres años, esa estrategia comercial de Estados Unidos podría significar una diversificación comercial forzada para México, en términos de productos y países en los próximos años.
En 1982 el valor agregado de la industria petrolera aportó 18.5% del PIB, mientras que en 2016 será de sólo 5%; y en los 80’s la participación de las exportaciones petroleras alcanzó 65% de las totales en promedio (80% en 1982, máximo alcanzado), en tanto que en 2015 se situó en 6.1% y para 2016 se estima en 4.9%. Así como se registró esa despetrolización de la economía, también se han despetrolizado las finanzas públicas: en las década de los 80 los ingresos petroleros representaron 39% de los ingresos presupuestales totales del sector público (50% en 1983), 24% en los 90’s, 32% en la década de los 2000, pero ya sólo 20% en 2015 y 18% en 2016. Esos fenómenos no fueron planeados ni resultado de políticas públicas explícitas para materializarlos, lo que en sí mismo y en su momento, era deseable dada la enorme dependencia y vulnerabilidad de la economía mexicana al petróleo; se dieron por condiciones de mercado, como la caída de los precios de los hidrocarburos en los mercados internacionales y, a partir de 2003, por la contracción de la producción y las exportaciones; también por la expansión de otras industrias con orientación exportadora como la automotriz.
Desde la firma del TLCAN en 1993 las exportaciones no petroleras de México a Estados Unidos han representado más de 80% del total, mientras que para EUA sólo significan 13% de sus importaciones totales, con elevadas participaciones de las de transporte (automóviles y camiones), equipo electrónico y maquinaria y productos agrícolas; estos grupos corresponden a las exportaciones mexicanas que más han crecido, con tasas de crecimiento anual entre 15% y 25% en los últimos tres años.
Como con el petróleo, la diversificación comercial no sería una política pública explícita, sino una imposición forzosa del “mercado” y claramente no deseada, pero tal vez irremediable a mediano plazo. Más vale no minimizar su probabilidad y efectos ni creer que no pasará o que no se puede hacer nada. Tampoco ir al otro extremo de plantear que urge impulsar la diversificación a toda costa (y costo) como lo hizo la CEPAL. De hecho, más allá de lo que haga o deje de hacer Trump y ante el previsible fortalecimiento del dólar a nivel mundial y sus efectos en las exportaciones de ese país, y por tanto en las importaciones mexicanas, México ahora sí debería voltear a otros mercados de 46 países con los que tiene 12 tratados comerciales y que genera déficits en las operaciones comerciales. Habría que aprovechar la coyuntura adversa.
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