Reforma, Negocios / Opinión de Negocios, Everardo Elizondo
Por distintas razones, “el clima” para las inversiones privadas ha sido desfavorable a lo largo ya de dos años. Entre esas razones sobresalen, sin duda, tanto una retórica gubernamental adversa, como varias políticas públicas de plano contraproducentes. A ello, que es mucho, se suma la calamitosa pandemia del Covid-19. En consecuencia, la perspectiva para el crecimiento económico de México es francamente negativa. No íbamos bien, y ahora vamos peor.
Por ejemplo, en marzo de este año las importaciones de bienes de capital cayeron 18 por ciento con respecto al mismo mes de 2019. Esto continuó una tendencia iniciada a principios de 2018.
Lo anterior concuerda, lógicamente, con lo que muestra el índice de la evolución de la inversión total en planta y equipo que publica Banxico, aunque en este caso el dato más reciente corresponde a enero pasado. Por cierto, el indicador se refiere a la “inversión bruta”, es decir, sin restarle el desgaste y/o la obsolescencia de los activos existentes. Así pues, la inversión neta, la verdadera adición al capital existente, es menor.
Inversión = capital = desarrollo
Me he ocupado del tema en repetidas ocasiones en este espacio. No ha sido casual. La causa principal del letárgico desarrollo económico de México en el largo plazo, y, en consecuencia, de la persistencia de la pobreza, ha sido, y es, la muy baja dotación de capital por trabajador. El aumento del capital eleva la productividad del trabajo y, por tanto, del ingreso y, a fin de cuentas, del bienestar de la población. El cambio tecnológico requiere por lo común de inversión física.
El capital acumulado es el resultado de las inversiones pasadas, y éstas, a su vez, de los ahorros recurrentes. Específicamente, de los ahorros de los particulares, porque los gobiernos rara vez ahorran suficiente (cuando lo hacen). Al contrario, típicamente financian sus inversiones con una parte del ahorro (interno y externo) de las personas físicas y de las empresas. Por desgracia, a menudo las inversiones del gobierno son improductivas, lo que equivale a un desperdicio de lo ahorrado. Más todavía: no es raro que el gobierno emplee el ahorro de los particulares para financiar su gasto corriente.
Ahorro público
En México, según las definiciones oficiales, “el ahorro corriente del sector público presupuestario” federal equivalió al 1.2 por ciento del PIB en 2018, pero sólo al 0.8 por ciento un año después. (SHCP, Estadísticas Oportunas de Finanzas Públicas). Como la inversión pública representó en 2019 un 2.3 por ciento del PIB, las cifras implican que, en efecto, el ahorro privado financió la diferencia. Creo que estos datos son suficientes para validar la idea.
¿Cuál es el mensaje del pesado conjunto de números previos? Creo que es muy simple y muy importante. En las circunstancias actuales, además de las actitudes negativas ya referidas, hay al menos dos posturas contrarias a la acumulación de capital y, por tanto, opuestas al progreso: 1.-por un lado, la decisión gubernamental de dedicar una porción importante y creciente del gasto público al consumo; y, 2.-por la otra, complementaria, la inclinación de una parte (¿mayoritaria?) de la ciudadanía a considerar al gobierno como un gran dispensador de beneficios. Esto último me recuerda un viejo proverbio económico: “todos quieren vivir a costa del gobierno, y se olvidan que el gobierno vive a costa de todos”.
Recesión
En el primer trimestre de este año el PIB cayó 2.4 por ciento, en relación con el mismo periodo de 2019, según la estimación oportuna del INEGI. No, no vamos bien.
El autor es profesor de Economía en la EGADE, Business School, ITESM
@EverElizondoA